sábado, 5 de junio de 2010

PAISAJE CON ENCINAS

 

I

 

Chopos de mil colores,

gárrulo vecindario

del río.

 

Temblor azul que cruzan

rebaños

de nubes o de ovejas.

Y lejanos alcores.

 

Clara luna de pinos,

encinas de dura carne

y álamos contra la tarde.

 

Tremola una vela roja

en el oleaje del trigo.

 

Campos, campos. Campos

surcados

por infinitos caminos,

por caminos infinitos

de polvo y sol.

 

Las parameras desnudas

guardan mis recuerdos viejos.

 

Encina,

¿sabes tú a quien amaba yo?

 


II

 

¿A dónde iba, adónde

cuando dejé el río y los caminos,

polvo y agua en sazón para mi carne?

Un alto mar nocturno

dejaba caer cuchillos,

fugaces brillos de muerte

sobre las encinas.

 

¿A dónde fui, adónde

cuando las palabras eran

un brillo de sol

bajo la sombra?

El  mar lejano tenía

veleros sobre la piel

y borraban sus manos ilusiones de arena.

 

¿A dónde voy, adónde

para decir que he cumplido

con la misión de nacer?

El mar me mira,

le miro con la mirada sin agua

y el corazón tan vacío

que no tinta de rojo las palabras.

 

¿A dónde iré?, ¿adónde

con los recuerdos quebrados

y en la muñeca un reloj

que conmigo no ha nacido?

El mar en el horizonte

está besándole al cielo.

Detrás de tantos besos, hay unos ojos mirando.

 

 

III

 

Lejos,

como esos mundos apenas descubiertos

detrás de las estrellas apagadas,

casi muertas, ocultas

por la luz de las ciudades.

 

Lejos,

como la infancia perdida

en un baúl de recuerdos

y palabras moribundas

con aroma de membrillos.

 

Lejos,

como la encina dormida,

y los amores primeros,

y la nostalgia blanca de trenes

aposentada en las tardes.

 

Lejos,

como los versos soñados,

como el polvo y el agua

jugando con el viento

y aquella luna tan alta.

 

Lejos…

¡Qué lejos estoy de mí mismo!

 

 

IV

 

Tal vez sean los años,

o los versos no escritos,

o la sombra perdida,

o el polvo del camino.

 

Tal vez sean los años,

o los versos escritos,

o la sombra que deja

su polvo en el asfalto.

 

Tal vez sea yo mismo

olvidando mis versos,

la encina, el universo,

el polvo de los años.

 

Tal vez no sea nada

y sólo esté dormido

a la sombra perpetua,

a la vera del río.

 

Tal vez no sea nada

y sólo esté soñando,

soñándome poeta

bajo las  pardas ramas.

 

Tal vez esté dormido

y la encina me acune

con sus dedos sin polvo

por despertarme niño.

 


V

 

Traía encinas en los ojos,

mis encinas,

y en los bolsillos, nidos, sueños,

un polvo de nostalgia.

Traía encinas en el alma,

mis encinas,

y en las manos, versos, sueños,

un poso de nostalgia.

Traía encinas en los ojos.

Me fui quedando ciego.